“CREER PARA VER” El Efecto Pigmalión.
El Efecto Pigmalión, “CREER PARA VER”
Alguna persona puede pensar que hay un error en el título y que se han bailado las palabras del típico refrán.
Antes de continuar me gustaría compartir con vosotros una bella historia que nos regala la mitología griega. Cuenta la leyenda que un antiguo rey de Chipre y afamado escultor llamado Pigmalión, modeló una estatua de tal belleza que se enamoró de ella. El deseo era tan fuerte que el rey hizo todo lo posible para que la estatua fuera real. La historia continúa cuando la creación cobra vida después de un sueño de Pigmalión, y gracias a la diosa Afrodita. Nace así Galatea, la mujer ideal.
Este es el inicio para preguntarnos, que al igual que la bella Galatea, ¿de qué forma adaptamos nuestros comportamientos a las creencias y expectativas que tienen los demás sobre nosotros?, ¿Cómo las expectativas positivas que sobre nosotros tiene nuestro entorno pueden ayudarnos a llegar más allá de lo que nosotros mismos esperamos?. Igualmente y por el contrario, ¿cuántas veces personas cercanas a nosotros nos han transmitido temor al fracaso por su falta de confianza, y con ello han limitado nuestras aspiraciones?
Esta es la base del “efecto Pigmalión”. Explica como las creencias y expectativas de una persona sobre si mismo y sobre los demás, modifican de tal manera su conducta que tiende a confirmarlas.
Cada día en nuestras vidas actuamos en base a las expectativas propias y ajenas. Para lo bueno y para lo malo. Seguro que hemos oído hablar de la “profecía autocumplida”. Lo que los demás esperen de cada uno de nosotros puede desencadenar acciones que nos lleven mucho más allá de nuestras propias expectativas.
El “efecto Pigmalión” es un principio ampliamente estudiado en psicología. Uno de los experimentos más representativos fue el llevado a cabo en 1968 por R. Rosenthal y L. Jacobson, titulado “Pigmalión en el aula”. El estudio consistió en informar al profesorado que a sus alumnos de primaria se les había administrado un test para evaluar sus capacidades intelectuales. Se les concretó cuales fueron los alumnos que obtuvieron mejores puntuaciones, y que previsiblemente serían los que mejor rendimiento tendrían a lo largo del curso. Y así fue. Al finalizar el curso se confirmó que el rendimiento de muchos de estos niños fue bastante mayor que el del resto. En realidad no se realizó ningún test al inicio del curso y los supuestos “brillantes” alumnos fueron elegidos totalmente al azar, sin tener en cuenta sus capacidades. ¿Qué ocurrió? El estudio de Rosenthal y Jacobson confirmó que los profesores se crearon altas expectativas sobre los alumnos indicados. Y que estas expectativas actuaron favoreciendo su cumplimiento. Así los profesores confirmaron lo que les habían dicho que ocurriría.
Este efecto no es exclusivo de la educación, se da en empresas, en medicina (efecto placebo), en el ámbito social, etcétera. También se da en nuestra familia, con nuestros hijos.
¿Qué esperamos de nuestros hijos? “qué lista es”, “es un vago”, “no se entera de nada”, “es que es tímida”,… Solemos, de manera inconsciente, etiquetarlo todo, también a nuestros hijos. Lo hacemos sin tener en cuenta que tal como los veamos así se verán ellos. Deberíamos prestar mucha atención a los mensajes que les transmitimos, porque nuestros hijos actuarán en consecuencia. Y con ello, también les ayudaremos a descubrir lo mejor de si mismos.
Pero todo esto tiene una explicación científica: cuando alguien confía en nosotros y nos transmite esa confianza, nuestro pensamiento se acelera, nuestra atención se focaliza y somos capaces de identificar recursos y oportunidades que nos llevarán a conseguir nuestro objetivo. Pero… no olvidemos que del mismo modo, el miedo y la desconfianza también provocan que se produzca lo que se teme.
Este es el punto que nos interesa además como coaches, para tener en cuenta en un proceso de coaching, pues no hace mas que confirmar que nunca debemos juzgar ni etiquetar a nadie.
Autora; Auxi Sánchez Luque
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